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Bien de interés cultural –  Resolución de 31 de marzo de 2025, de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Oficina del Español, para la incoación del expediente de declaración como bien de interés cultural, en la categoría de bien mueble individual de la pintura Visita A Santa Isabel, atribuida a Juan Bautista Maíno
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B.O.C.M. Núm. 96

BOLETÍN OFICIAL DE LA COMUNIDAD DE MADRID
MIÉRCOLES 23 DE ABRIL DE 2025

La gracia y la elegancia de la maniera de Reni fueron cruciales para que Maíno definiera su estilo personal, y parece que, aún más que los grandes lienzos del italiano o sus decoraciones al fresco, lo que le interesó de manera especial fueron sus obras de pequeño formato.
Juan Bautista Maíno también destacó por sus retratos, algunos de ellos en miniatura, de
pincelada minuciosa y sensorial, que lo acercan a la pintura naturalista norteuropea. Un
ejemplo es el retrato de Felipe IV conservado en el Bayerisches Nationalmuseum de Munich.
De vuelta a España, el estilo de Maíno no experimentaría cambios significativos, y seguiría mostrando la influencia de Gentileschi hasta el final de su carrera.
En 1611 Maíno recibió 200 reales por unos trabajos en el claustro de la catedral de Toledo. Posteriormente realizó las pinturas para el retablo mayor del convento dominico de San
Pedro Mártir de Toledo. El paso por esta institución marcó la biografía del artista, quien decidió ingresar en la orden de los dominicos. Los estatutos de la congregación requerían la
demostración de la pureza de los orígenes de los postulantes, para lo que se recopilaban los
correspondientes testimonios; los testimonios y el resto de la documentación relativa al ingreso de Maíno en la orden fue descubierta por Fernando Marías en 1976, y constituyen una
importante fuente de conocimiento en la reconstrucción biográfica del artista.
En 1613, profesó como dominico en el convento de San Pedro Mártir de Toledo e inicia los estudios para ser sacerdote, ejercicio que ya desempeñaba al menos en 1620. Fray
Antonio de Sotomayor, prior del convento, fue nombrado confesor del rey en 1616; seguramente fuese éste el canal de vinculación de Maíno con la corte, donde se trasladó y fue
designado maestro de pintura del príncipe, futuro Felipe IV.
Maíno formó parte, junto con Giovanni Battista Crescenzi, del jurado que, a principios
de 1627, debía elegir al mejor pintor en un concurso para el que se eligió el tema de la expulsión de los moriscos de España por Felipe III. Competían artistas de la calidad de Vicente Carducho, Eugenio Cajés, Angelo Nardi y Diego Velázquez; la victoria de éste último
valdría al sevillano su primer cargo palatino, ujier de cámara.
El 13 de mayo de 1629 se inauguró, en el colegio de Santo Tomás de Madrid, un altar
con una pintura de Maíno representando el tema de Santo Domingo en Soriano, uno de los
temas iconográficos dominicos de mayor éxito y que el pintor representó en varias ocasiones. En 1635 pintó la que se reconoce como su obra más importante, La recuperación de Bahía de Todos los Santos, muy elogiada en su tiempo, destinada al Salón de Reinos del Palacio del Buen Restiro y que hoy se conserva en el Museo Nacional del Prado. Poco después,
el 6 de febrero de 1636, se comprometió a realizar seis cuadros para el retablo mayor del convento de San Jerónimo, en Espeja de San Marcelino (Soria), su última obra conocida.
No hay más noticias del dominico hasta el 1 de abril de 1649, cuando fray Juan Bautista Maíno es enterrado en la capilla de la Virgen del convento dominico de Santo Tomás
de Madrid.
Maíno fue un artista reconocido y muy respetado en vida. Además, la condición de religioso del artista acrecentó su estatus social y le facilitó el acceso a una profunda formación humanística y teológica.
A finales del año 2009 el Museo Nacional del Prado presentó la primera exposición
monográfica dedicada a Juan Bautista Maíno. Comisariada por Leticia Ruiz Gómez, supuso un punto de inflexión en su conocimiento.
El cuadro Visita a santa Isabel presenta cuatro personajes que se organizan en dos planos. En un primer plano, a la izquierda, aparecen dos mujeres: la Virgen María y su prima
santa Isabel. María es una mujer joven, de rostro delicado y oval, con barbilla puntiaguda,
boca breve y largas cejas; tiene la tez muy blanca, las mejillas sonrosadas y los cabellos castaños cubiertos por un velo semitransparente; viste una amplia túnica roja y un manto oscuro. La Virgen así representada es un ejemplo del canon femenino de belleza de Maíno,
fácilmente comparable con el que se representa en la versión de Santo Domingo en Soriano del Hermitage.
La Virgen abraza a santa Isabel, representada como una mujer mayor, que viste túnica oscura y manto amarillo, y tiene la cabeza cubierta por un pañuelo blanco. Ambas mujeres juntan las manos que tienen libres a la altura de la cintura, en un gesto de cariño. Detrás de ellas Maíno sitúa el escenario neutro de una pared gris, que ocupa aproximadamente
la mitad del fondo.
A la derecha en un segundo plano, el pintor representa a dos hombres barbados, uno
joven, san José, de perfil y con los cabellos y la barba oscuros; en una mano sostiene un bordón de peregrino y en la otra un saco de color verde. El otro personaje es un anciano, Zacarías, de cabellos y barba blancos, que tiene el rostro surcado de arrugas. Detrás de ellos,
un paisaje ocupado por un fondo arquitectónico y un cielo azul roto por nubes.

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